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Texto escrito por Fernando Cervera Rodríguez

Hace aproximadamente seis años escribí un texto sobre la desobediencia civil desde el punto de vista de un estudiante de ciencias, que venía a ser una revisión de un ensayo similar escrito por Henry David Thoureu. Para mi sorpresa el texto despertó cierto interés y sobrepasó en pocas semanas al número de visitas de la página donde lo tenía albergado. Con el paso del tiempo algunas personas y partidos políticos —tanto nacionales como de América de Sur— me pidieron permiso para reproducirlo, además de aparecer en algunas revistas y figurar algunos de sus fragmentos en algunas tesis sobre la materia hechas en temas de sociología, o al menos esa intención me fue expresada aunque nunca seguí la pista de las personas que me contactaron. Sobra decir que ni soy un entendido en la materia y mucho menos lo era hace seis años, así que mi desconcierto por el interés generado fue elevado. Después de todos estos años algunas versiones del documento fueron mutando e incluyendo fragmentos con intenciones políticas ajenas a mi autoría, y dado que el documento original desapareció junto a la web que lo albergaba he creído oportuno —después de algunas peticiones recientes para utilizar fragmentos del ensayo en cuestión— revisar el texto, añadirle un prólogo y ofrecer a cualquiera que quiera verificarlo una fuente original contrastable y directa, además de evitar problemas de atribución incorrecta de cualquiera de las modificaciones no autorizadas que se han hecho del texto.

El ensayo se puede descargar de forma gratuita en formato pdf desde este enlace, o se puede comprar con su registro de autoría correspondiente en este otro enlace. Si alguien lo quiere en formato epub puede pedirnos el archivo también de forma gratuita a través del formulario de contacto.

Sin más explicaciones dejo el texto y espero que el lector encuentre en él algún interés.

  Prólogo del autor

Definimos la desobediencia civil como el acto de no acatar una norma de la que se tiene obligación de cumplimiento. Ahora bien, cuando aquí hablamos de normas nos referimos a leyes establecidas por un grupo de poder y que si se contravienen conllevan un castigo asociado. Cuando hablamos de civil nos referimos a que estamos desobedeciendo porque esperamos conseguir cambios que afectan a la sociedad en su conjunto. Es decir, desobediencia civil no es desobedecer cualquier norma, sino que implica hacerlo de forma pública para conseguir un cambio social y plena consciencia de que estamos haciendo algo que está en el terreno de lo discutible a nivel penal, pero el desobediente acepta una posible condena pues espera conseguir con su actitud un fin mayor al de su propia persona. Además la ley transgredida tiene que estar altamente relacionada con aquella situación social que se desea cambiar.

Esta introducción es importante para situar al lector antes de leer el texto, pues de otro modo uno podría tergiversar su contenido y pensar que se están incitando actitudes reprobables en la ciudadanía. Mucha gente pretende amparar actos delictivos argumentando que pueden ser interpretados como desobediencia civil: matar a mi vecino no es un acto de desobediencia civil y quien así lo justifica solo puede hacerlo desde la demencia. Aquí estamos hablando de las acciones defendidas por gente como Henry David Thoreau, Rosa Parks, el movimiento de mujeres sufragistas o Martin Luther King, las cuales tienen por fin último un cambio político que afecta a los derechos y las libertades del individuo, o no verse abocado a realizar acciones que contravienen principios morales y derechos básicos.

La desobediencia de la cual hablamos hoy aquí constituye un mecanismo legítimo de participación social en el proceso legislativo democrático, e incluso se ampara en los derechos fundamentales a la libertad de conciencia y a la participación política directa. Y es que tener derechos también implica el derecho a defenderlos frente a quien nos los quiere quitar, ya sea el estado o un delincuente.

Toda esta historia me recuerda a la película Vencedores o Vencidos (Judgment at Nuremberg, 1961) del director Stanley Kramer y basada en el juicio real sobre el caso Katzenberger. En la película el juez Dan Haywood llega a la ciudad de Núremberg en el año 1948. La labor de Haywood es juzgar a cuatro jueces por aplicar la ley durante el gobierno de Hitler, y en particular a uno de ellos que sentenció a muerte a un joven judío por mantener una relación sentimental con una mujer aria, cosa prohibida por la legislación del momento. La película es un recorrido moral y ético sobre el valor de los derechos, donde el juez deberá decidir si hay una ética que está por encima de la ley, cosa totalmente cierta según mi opinión.

Llegados a este punto y dado que este ensayo pretende ser breve, solo me queda agradecer a todas las personas que han inspirado este texto, poniendo especial atención en Fermín Poveda, filósofo y amigo, quien me presentó a Henry David Thoreau y me mostró su ensayo La desobediencia civil, que marcó mi opinión sobre este asunto y, de forma inevitable, el contenido de este ensayo.

Torrent, a 28 de abril de 2016

Un ensayo sobre la desobediencia civil

No hay que confundir ley con justicia. Y no nos llevemos a engaños, el hecho de que exista una ley injusta es la voluntad del Estado, ya que el Gobierno tiene la potestad de cambiar las leyes y adecuarlas a su conveniencia.

Hasta ahora hemos vivido bajo la norma de que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento pero al mismo tiempo hemos sido educados para no pensar. También se nos ha enseñado la premisa de que todas las personas somos iguales ante la ley y que todos tenemos derecho a una educación. Pero si analizamos la realidad nos daremos cuenta de que las estadísticas muestran que los poderosos, los políticos y las clases altas pueden moverse en el sistema judicial casi a su antojo y además tienen un mayor acceso a los estudios superiores.

Ahora bien, si las leyes regulan los derechos y obligaciones del individuo pero el desconocimiento de las leyes no exime su cumplimiento, ¿por qué el gobierno, conociendo nuestros derechos, sí que se exime de su cumplimiento? Tenemos derecho al trabajo y a la dignidad pero la mayoría de los ciudadanos viven en un sistema laboral que les quita su dignidad y les impide acceder a un trabajo mejor, y es ahí donde se generan las verdaderas reglas del juego: sin derecho a un trabajo digno se impide el acceso al dinero, y eso nos quita el derecho a una buena educación, a la sanidad y a la justicia, y al quitarnos esos derechos nos impiden vivir nuestra vida con pensamientos propios.

Por otro lado creo firmemente que no existe la verdadera opinión pública. La opinión propia nace del pensamiento individual y del análisis crítico de los datos objetivos, y no hemos sido educados para pensar. La opinión del pueblo es la mezcla del pensamiento del poder gobernante y de los datos manipulados que este ofrece a su ciudadanía. ¿Para qué sirve la libertad de expresión si no existe la libertad de pensamiento? En agosto del año 2012 muchos empleados de la radio y televisión pública fueron despedidos por motivos políticos, y el Director de Servicios Informativos también fue remplazado por una persona cercana al partido gobernante. ¿Existe realmente la libertad de pensamiento? ¿No debería ser importante garantizar la independencia de los medios de comunicación respecto al poder gobernante? Me niego a llamar a eso libertad de expresión.

Pero, ¿cómo podemos obtener la dignidad y la libertad necesaria? Mediante la desobediencia civil. La gente se opondrá y dirá que el gobierno es la forma por la cual el pueblo muestra su voluntad, pero nuestra sociedad carece de voluntad propia porque antes de las elecciones se ha sometido a la corrupción, al control de los medios de comunicación y al precario e ineficiente sistema educativo que dirigen los gobernantes. Todos nosotros hemos sido testigos de los recortes en nuestros derechos y el aumento progresivo de nuestras obligaciones en un estado que, en el mejor de los casos, ha sido incompetente y demagógico, y en el peor ha actuado con conocimiento de causa al oprimir al pueblo. Vivimos en un país donde no se nos ha preguntado si queremos un sistema de gobierno basado en la monarquía, en las listas cerradas, donde un ciudadano no equivale a un voto, donde los partidos políticos no eligen a sus candidatos de forma democrática y donde la constitución, que es el contrato que fija los límites y define las relaciones entre los poderes del Estado con sus ciudadanos, puede ser modificada sin el consentimiento del pueblo al que debería proteger. No tenemos por qué pagar los errores de la transición política española porque los que ahora pagamos impuestos somos nosotros, así que deberíamos tener derecho a decidir cómo queremos que sea nuestro país.

El gobierno tiene menos fuerza que una persona justa, ya que alguien rico y poderoso jamás podría convencer a una buena persona de que hiciera algo en contra de sus principios, y actualmente en nuestro país la clase política puede doblegar las leyes y la constitución a su antojo. El sistema de gobierno que tenemos no sirve para lo que fue creado: es solo una estructura pensada para ocultar al pueblo sus cadenas. El estado sabe que un esclavo que no sabe que lo es jamás intentará rebelarse. Triste pero eficaz.

Ahora me gustaría hablar de forma más práctica. En primer lugar la verdad se compone de datos objetivos, y por eso el primer paso para recuperar la dignidad es conocer la realidad. No podemos vivir en un país donde la ciudadanía desconoce los diferentes tipos de gobierno existentes, los poderes que tiene el estado, cómo pueden dividirse esos poderes, la historia política y las diferentes formas de elección que podrían darse, ¿cómo elegir la mejor opción si solo se conoce una opción? La educación sobre los diferentes sistemas políticos es el primer paso del largo camino para hacernos dueños de nuestro propio destino.

Una vez educados para la comprensión de la política hay que hacerse una pregunta: ¿por qué se le permite a una mayoría gobernar al resto de minorías? No es porque la verdad sea democrática ni porque la minoría esté de acuerdo; la tierra no dejó de girar alrededor del Sol cuando Giordano Bruno ardió en la hoguera, ni a él le pareció más justa su condena por ser la decisión de la mayoría. El único motivo para permitir la dictadura de la mayoría es por una cuestión de fuerza, y por esa razón no podemos considerar que nuestro gobierno, a pesar de ser elegido por una parte de los ciudadanos, esté basado en la justicia.

En primer lugar la mayoría no piensa por sí misma, pero aunque lo hiciera habría una mayoría oprimiendo a muchas minorías que jamás tendrían poder de decisión. Henry David Thoureau se planteó algunas preguntas interesantes sobre este tema en su ensayo Desobediencia civil: ¿podría existir un gobierno en el que las mayorías no decidan qué es lo correcto y lo incorrecto? ¿Un sistema en el que las mayorías solamente decidan los problemas para los cuales hay que buscar solución? ¿Tiene el ciudadano que entregarle siempre su conciencia y su poder de decisión al legislador? ¿Para qué sirve entonces la conciencia individual? Thoureau concluyó que antes que ser súbditos hay que ser personas y que no es deseable cultivar el respeto por la ley antes que el respeto por lo que es correcto.

Como conclusión de las preguntas formuladas por Thoureau nos queda un gran aprendizaje: la única opción compatible con la justicia es hacer siempre lo que uno cree correcto antes que lo que dice la ley. Las leyes en nuestro modelo occidental no han nacido de la justicia ya que si revisamos nuestra historia reciente vemos que los partidos políticos han ido en contra de uno de los principios básicos de la justicia: no querer que los gustos individuales sean convertidos en ley.

Después de todo esto quiero hablaros de un ejemplo de desobediencia civil. En el año 1952 el gran matemático inglés Alan Turing —padre de la informática moderna— denunció un robo en su casa. Tuvo que explicar que sospechaba que su amante había participado en el robo, pero resultó que esa persona era otro hombre y en Inglaterra la homosexualidad era ilegal, así que finalmente se le imputaron los cargos de indecencia grave y perversión sexual. El matemático consideraba injusta dicha ley y creía que no había nada malo en su comportamiento así que decidió no disculparse, además de no defenderse ante los cargos porque eso sería aceptar que el sistema tenía derecho a juzgarle: prefirió ser un hombre libre antes que un súbdito. Turing fue condenado y el castigo infligido por el gobierno fue la castración química, suicidándose poco tiempo después por las secuelas psicológicas de todo ese proceso.

Jamás he visto a una persona justa cometer injusticias por sus ideales, pero he visto a muchas personas justas cometer injusticias en nombre de la ley: guerras, desahucios, represión policial, etc. Los hombres que acatan la ley sin preguntarse por qué no son diferentes de los autómatas que describió Descartes en sus tesis filosóficas, y permiten con su ausencia de criterio que ocurran cosas como la violencia y la opresión del estado —recordemos que grandes tiranos llegaron al poder gracias a elecciones democráticas en sistemas iguales al nuestro—

El conocimiento es un arma poderosa pero la mayoría vive en el desconocimiento, aunque también existen personas que juzgan con ojo crítico al estado y se oponen al sistema no cumpliendo sus leyes injustas. Son siempre tratados como enemigos ya que no hay nada más incómodo para un déspota que un esclavo que hace preguntas; fueron gente como Mahatma Gandhi, Rosa Parks, Nelson Mandela, Martin Luther King, Clara Campoamor, Manal Al Sharif, Malcom X, Ali Jinnah o Vladímir Bukovski. Muchos de ellos acabaron muertos o en prisión.

Me avergüenza saber que vivo en un país donde el gobierno desdeña los esfuerzos de gente con vocaciones honradas como los científicos, los médicos, los trabajadores sociales o los maestros, y los relega al rincón oscuro de la desprofesionalización sistemática. Me avergüenza salir a la calle y no escuchar nada porque no hay nada más triste que ver una sociedad que muere en silencio.

De forma histórica hemos convivido con la revolución, han sido momentos donde la injusticia ha sido tan fuerte que no hubo otra elección. Pero nunca una sociedad decadente como la nuestra reconoció la necesidad de cambio; ¿no es acaso lo que estamos viviendo ahora mismo? No creo que haga falta un cambio de gobierno creo que hace falta un cambio de sistema, que son dos cosas completamente diferentes. Como ciudadano que ansía libertad no puedo vivir en un sistema donde los que se alternan en el poder son los responsables de la corrupción y la injusticia del país donde vivo, y por todo lo que he dicho aquí no puedo aceptar una organización política a la que desprecio en su más profunda esencia. De hecho, considero que el único lugar para una persona honrada e inteligente es la lucha, pasiva o activa, contra este sistema que no se basa en la justicia: la no acción ante una injusticia es sinónimo de aceptación.

La gente podrá pensar que un solo ser humano no puede cambiar el comportamiento de la sociedad en la que vive, pero somos testigos cada día de cosas similares en la televisión o en las noticias, donde unas pocas personas logran influir en las acciones de una mayoría. Yo he sido testigo de momentos en los que una sola acción ha ocasionado reacciones colectivas inesperadas, como ocurrió en Valencia en el año 2012, el día en el que una masa de gente se congregó en la plaza del ayuntamiento. Había una manifestación convocada desde hacía semanas pero el gobierno había instalado al final del recorrido un castillo de fuegos artificiales para vallar el lugar donde tenían que reunirse los manifestantes. La gente estaba indignada pero no podía hacer nada porque la valla estaba protegida por la policía. De repente un hombre golpeó una de las vallas y la tiró al suelo, y acto seguido, a pesar de la presencia policial, todo el mundo comenzó a hacer lo mismo. Hicieron un gran destrozo al derribar las cercas pero consiguieron su objetivo; reunirse en el lugar que les había sido permitido semanas antes y que ahora, de forma injusta, se les había negado. Allí fui testigo de que un gobierno no sirve de nada si una minoría decidida se opone a ella, porque una minoría del 10% equivale a millones de personas luchando por una idea común.

Otro ejemplo de desobediencia civil ocurrió recientemente en nuestro país y está relacionado con la salud. El Ministerio de Sanidad hizo una reforma altamente criticada y entre otras medidas retiraron el derecho a la sanidad de los inmigrantes sin permiso de residencia. Ante estas reformas más de 1000 médicos en toda España afirmaron que seguirán atendiendo a sus pacientes, fueran españoles o inmigrantes irregulares. Los facultativos consideraron que la normativa contravenía su código deontológico; aquel que dice que deben velar por el bienestar, la lealtad, la justicia y la autonomía del enfermo. A pesar de esto su postura es considerada ilegal por el gobierno pero estos ejemplos nos indican que el pueblo, aun subyugado a un sistema injusto, tiene un gran poder si se decide a ejercerlo.

Vivimos en un país donde es necesario que, al menos una minoría, se alce de forma escandalosamente activa para hacer una gran aseveración: el pueblo es dueño de los recursos y el destino de su país, no el gobierno. El gobierno existe para salvaguardar los intereses del pueblo, el cual es una gran masa formada por minorías, pero no está para salvaguardar los intereses de la mayoría que lo ha elegido. No se puede esperar que la mayoría sea siempre poseedora de la verdad ni mucho menos que una minoría que representa a millones de personas quede siempre olvidada.

Quiero dejar bien claro que no pienso que todo ser humano debe luchar al cien por cien contra todas las injusticias de su país, pero al menos sí que debería no apoyarlas. La única forma de dejar de ser esclavos es dejar de actuar como si lo fuéramos ya que no hay mayor hipocresía que criticar a un sistema pero aceptarlo sin rechistar. Hay gente que critica la forma de funcionar de los bancos y al mismo tiempo tiene depositado su dinero en las mismas entidades que critica, o gente que habla mal del gobierno y luego ofrece su voto a la estructura que lo ha creado. Esas personas son el obstáculo más serio para el cambio y el primer paso para alcanzar un sistema basado en la justicia debe de ser la aceptación de un principio lanzado por Mahatma Gandi: el cambio que quieres para el mundo tienes que comenzarlo contigo mismo.

En este país existe una gran cantidad de leyes y situaciones injustas, pero la pregunta es ¿debemos de obedecer mientras intentamos cambiar el sistema, o debemos contravenir al sistema desde el principio? La gente alegará que hay que esperar hasta que la mayoría quiera cambiar una ley, y muchos creen que la desobediencia civil es peor que la aceptación de una ley injusta, pero ¿por qué un gobierno no puede escuchar a las minorías cuando estas tienen la razón? ¿Por qué el gobierno se resiste a cualquier cambio que modifique su estructura? Si la injusticia cometida es mínima entonces el precio a pagar por esperar podría ser pequeño, pero hay dos tipos de injusticias que no pueden ser solventadas con la obediencia. La primera es aquella en la que se le exige al ciudadano ser el causante de una injusticia para otro ciudadano, como por ejemplo una guerra, no dar medicamentos a gente que los necesita o arrebatar el hogar a una familia. El segundo tipo de injusticia es aquella que afecta a la estructura misma del sistema, ya que un sistema injusto no puede alcanzar la justicia por medios propios. En esos dos casos pienso que hay que desobedecer y alzar la voz. ¿Qué ocurre si el mundo no cambia antes de que yo muera? ¿Tengo que vivir bajo reglas que condeno? ¿Tengo que dedicar mi vida a cambiar un sistema que yo no he creado? Yo no tengo por qué cambiar todas y cada una de las cosas injustas del sistema ya que tengo que asegurar mi supervivencia dentro de él —los cortos de miras suelen creer que si uno quiere cambiar las cosas pero no está dispuesto al martirio es un hipócrita—, pero como mínimo puedo vivir sin acatar las normas injustas que se me imponen. Puede que la desobediencia tenga un precio pero cuando empecemos a pagarlo compraremos por fin nuestra libertad, y si al final el precio por quitarnos las cadenas invisibles son cadenas de verdad, que así sea, pues el gobierno nos habrá quitado la libertad que antes no teníamos.

Tenemos que abandonar las entidades bancarias que nos han arrastrado hasta esta situación, no tenemos que dar nuestro voto al sistema corrupto que nos ha negado nuestros derechos, no tenemos que pagar aquellos impuestos que nos quitan la dignidad, no tenemos por qué robar al pueblo cuando el gobierno nos roba a nosotros, y por último tenemos que focalizar toda nuestra indignación contra los culpables y no obedecerles, ya que los fundadores de un sistema basado en la justicia no pueden ser los ejecutores de un sistema injusto.

Algunos calificaran estas tesis de violentas o irracionales, pero si hay algo parecido a una revolución pacífica es esto. Si todos comenzamos a desobedecer, aunque solo seamos una minoría, en algún momento el estado tendrá que escucharnos. Y por otro lado, ¿es necesario que la violencia sea física para estar mal? ¿No hay heridas más fuertes que las físicas? ¿Qué hay de un estado que permite que la gente pierda sus hogares, sus derechos y su salud? ¿Qué hay de un estado que nos carga de obligaciones mientras vive rodeado de privilegios? Hay que comenzar a ver estas cosas con perspectiva.

Siguiendo con esta línea argumental, el ciudadano corriente tiene muchas más cadenas de las que hemos dicho aquí. La mayoría vive pagando hipotecas que les han encadenado de por vida y por eso también hay que cambiar la concepción vital. Las palabras son jaulas que encierran los conceptos y aprisionan su significado, por eso hay que ser bien claros con los problemas y las soluciones que se requieren. Si yo niego la autoridad del Estado, tarde o temprano acabará afectándome a mí o a mi familia, porque el estado podría quedarse todo mi dinero y mis propiedades. Esto hace parecer imposible vivir sin ser un súbdito y al mismo tiempo vivir con dignidad. Yo solo digo que no es necesario acumular propiedades, hay que alquilar u ocupar una casa para minimizar el gasto personal y depender menos del sistema económico que nos aprisiona, dejando de alimentar estructuras corruptas como bancos y gobiernos. No obstante al mismo tiempo hay que luchar por conseguir un trabajo y tener suficiente dinero acumulado para conseguir algo de libertad. Hay que depender de uno mismo.

Tenemos que interiorizar una gran verdad: el estado puede doblegar nuestro cuerpo pero solo puede doblegar nuestra mente si le dejamos hacerlo. El estado no es una entidad superior a nivel moral, solo tiene más fuerza. Quieren forzarnos a aceptar los golpes que nos han infligido los sucesivos gobiernos como si fuéramos bestias de carga, pero ¿qué autoridad moral puede tener sobre mí un gobierno que miente y actúa de forma deshonesta, negando la salud, la justicia y la educación a sus ciudadanos?

Me niego a escuchar a todos aquellos que han sido forzados por la sociedad a vivir de una manera que, a mi juicio, es poco digna. ¿Qué vida es ésa? ¿Qué vida queremos para nuestros hijos? Los legisladores de este país no son ningún referente moral ya que aún no han aprendido el valor de la unión y la rectitud frente a su nación, ya que los políticos no son elegidos de forma libre dentro de los partidos, el poder judicial es elegido en gran medida por el poder político y los legisladores nunca colaboran entre ellos y permiten la corrupción entre sus filas. ¿Por qué deberían ser los golpes que me da toda esa gente un argumento mejor que mi propio razonamiento?

Por todo esto que he explicado en este texto, la autoridad que ejerce el gobierno sobre el pueblo es injusta, porque para que fuera justa debería ser aceptada de forma consciente por el pueblo. El gobierno no es mi dueño, ¿es la democracia que conocemos la mejor opción de gobierno?, ¿no es posible adelantar un paso más la organización de los derechos del ciudadano? Este país no será justo hasta que reconozca que el ciudadano merece un poder más alto e independiente  del que tiene actualmente.

Para terminar quiero recordar un pasaje histórico de nuestro país. El 13 de mayo de 1814, Fernando VII entró en Madrid con la intención de destruir la soberanía del pueblo e instaurar una monarquía absolutista. La gente, inculta como siempre lo fueron en aquellos días los españoles, arrancó los caballos del carro que transportaba al rey, se ató al cuello las cuerdas y tiró del coche de caballos en señal de sumisión. En todas las ciudades se repitió el mismo fenómeno cuando apareció el rey. Hoy, más de 200 años después, se repite el mismo fenómeno pero con símbolos diferentes. El pueblo ya no tira de un carro tan literal como el de Fernando VII, pero arrastra a una clase política corrupta, una falsa democracia y un sistema que ata a la verdad con las cuerdas del tiempo.

En aquella época miles de españoles cruzaron la frontera porque España había dado la espalda a la cultura y al sentido común. Hoy lo que peligra en España tal vez no es la vida pero sí la dignidad de vivir como ciudadanos y no como súbditos. Ya no somos tan incultos y por eso solo pienso en una palabra: desobediencia.